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El fin de todo el discurso

Andrea G. Schwartz
  • Andrea G. Schwartz,
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El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el

todo del hombre.
Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala. (Eclesiastés 12:13-14)

Estos son los versículos finales del libro de Eclesiastés. Una cosa bien directa. Recuerdo haberlos
usado en el diploma de graduación de preuniversitario que le regalé a mi hijo durante su ceremonia
de graduación en 1996. Es un fragmento de las Escrituras que ha sido citado una y otra vez en el
transcurso de la educación doméstica de mis hijos.

El fin, la conclusión de algo es una declaración resumida de todo lo que ha venido antes. En
ocasiones puede fungir como la progresión lógica de una serie de proposiciones. Por implicación, si
uno está en la situación de escuchar una conclusión, es porque también ha escuchado la
introducción y el cuerpo de la idea o tesis. Por tanto, temer a Dios y guardar Sus mandamientos
implica que los oyentes o lectores conocen a Dios lo suficiente como para saber que Él es poderoso y que debe ser temido y reverenciado. Entenderán que a Él le gustan y le disgustan cosas y que esto
ha sido comunicado como directives autoritarias. Es más: esas declaraciones de Su voluntad son el
resumen de lo que tiene que hacer la Humanidad para vivir con éxito; son posiblemente los únicos
conceptos verdaderamente importantes que los seres humanos necesitan aprender y aplicar. Por
último, se nos dice ya al final que esos mandamientos sirven como “vara de medir” para determinar
la bondad y la maldad, la fidelidad y la infidelidad. En otras palabras, no hay ningún misterio sobre
lo que agrada a Dios.

Sin embargo, pocos cristianos toman esto como punto de partida para determinar la justicia o
injusticia de las prácticas de la época moderna. En lugar de filtrar todas las ideas y nociones a
través del tamiz de la Palabra escrita de Dios, a menudo siguen la corriente de aquello que la cultura
promueve y no le dejan a los Mandamientos de Dios su función de determinar lo bueno y lo malo.
Por ejemplo: ¿qué se dice de la cirugía para el cambio de sexo? ¿Qué parte de las Escrituras abarca
ese tipo de práctica? ¿Por qué el uso de drogas es malo? ¿Habla de eso la Escritura? ¿Dónde? ¿Y qué del proceso de congelar embriones para un uso futuro? ¿En qué parte de la Escritura recibe uno
orientación al respecto? ¿Es apropiado que alguien con una enfermedad devastadora diga: “Basta
ya, es hora de que me muera”? ¿Cuándo?

No estoy sugiriendo que las respuestas lleguen sin un estudio y aplicación concreta de la Palabra de
Dios. Incluso aquellos que nos hemos saturado de la Ley de Dios durante décadas sostenemos
animadas discusiones que a veces revelan diferencias de opinión. Pero, en esos casos, estamos
discutiendo, en el mejor sentido, basados en presuposiciones bíblicas comunes. ¿En base de qué
discuten los que dicen que no estamos ya bajo la Ley de Dios? Ellos también tienen presuposiciones
y una base legal de la cual parten, sólo que no es la Biblia. En pocas palabras, muchos cristianos
piensan como humanistas y actúan como humanistas porque esa es la cosmovisión a partir de la
cual ellos operan.

El maestro cristiano de educación doméstica es mejor que sea un experto en la ley bíblica (o se
esfuerce por serlo) con el fin de impartir a sus estudiantes el punto de partida necesario para que
vivan exitosamente el fin de todo el discurso oído. En un final, nada más tiene importancia.