Tolerancia e intolerancia
California Farmer 243:6 (18 de octubre de 1975), p. 36.
Un amigo fue acusado de intolerancia por su socio debido a que expresó su oposición a diversos delitos sexuales. Esa acusación lo incomodó un breve tiempo, hasta que se dio cuenta de que su acusador era él mismo salvajemente intolerante, en este caso: intolerante con el cristianismo.
La intolerancia es inevitable. Si fuéramos todos cristianos y viviéramos conforme a las Escrituras, seríamos intolerantes con el asesinato, el robo, el adulterio, el falso testimonio y otras ofensas contra el orden de Dios. Para nosotros serían una violación de nuestra libertad y orden bajo Dios, y una opresión de los hombres piadosos.
Si, por otro lado, somos pecadores y quebrantadores de la ley por naturaleza, seremos intolerantes hacia Dios y Su pueblo, intolerantes con las leyes y restricciones divinas precisamente porque toleramos y amamos el pecado.
Nuestro Señor habla con claridad de este asunto: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Es necesario que amemos a Dios y a su Palabra y, si hemos sido regenerados, es nuestra naturaleza hacerlo así. Eso significa que, por lo tanto, aborrecemos el pecado y lo consideramos una ofensa contra Dios y el hombre y una violación intolerable del orden divino que debe ser eliminada.
De la misma manera, los que odian a Dios quieren eliminarlo a Él, y a nosotros, y a todo lo que sea un aspecto de la ley y el orden y la Palabra de Dios, de su universo. Son salvaje y amargamente intolerantes.
En otras palabras: lo que usted tolera dice mucho de quién es usted. Identifica sus lealtades y su amor, y clasifica su naturaleza claramente. Los hombres son conocidos no solo por sus frutos, sino también por sus amores y odios, su tolerancia e intolerancia.
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